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Un instante goce mental
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Texto por Alazne Zubizarreta
Publicado en Los Perros, Bilbao, 2018

Escribo por gusto. Me considero amateur, y a pesar de que pueda usarse como peyorativo, el hecho de serlo no me preocupa, porque como la propia palabra indica, “amateur” es alguien que lo hace por amor; un aficionado que decide hasta dónde llega su dedicación y voluntad. De vez en cuando me determino a alimentar esa pulsión, porque creo que tengo algo que decir. No tiene por qué ser importante, no tiene por qué ser fastuoso pero puede que merezca la pena de alguna manera, y guardo la esperanza de que ese algo brote súbitamente, o a borbotones. Para eso tengo que vencer resistencias que siempre están ahí, mitigarlas mediante el oficio, el hacer, como me gusta llamarlo. El hecho de escribir me llevará a algo, a un lugar que ni siquiera sabía tener. Ojeo las imágenes, y chispazos iluminan diferentes partes de mi percepción. Fotografías que me embelesan, otras que me dejan más indiferente. Algunas me atraen y repelen al mismo tiempo, de una forma morbosa. Otras me violentan. Me aferro a esos estímulos para que se me haga más fácil el fluir de las palabras, poniéndome en marcha mientras solidifico y afianzo lo que en mi cabeza es un constante ir y venir de ideas que se agolpan y deslían en cuanto intento verbalizarlas.

El total se presenta como un fardo, una composición, un conjunto; acumulación de registros en las que deposita su visión y genera su propia realidad parcheando retazos. Quedan latentes en la superficie la familia, la violencia, el sexo, o la propia existencia como forma de abordarlos desde la sensibilidad de su mirada. El interés me surge más en el concatenamiento de imágenes que en la lucidez de un solo disparo. Se construyen experiencias de lecturas ambiguas, polivalentes, alternando objetos y espacios, y gente que en definitiva no son más que subterfugios para abordar la autorreferencialidad. Una atmósfera de fisicidad, huellas del habitar humano como que lo embriaga todo. Escatología, fluidos, miradas inquietantes, miradas sosegadas. Agentes que desgranan su persona frente a la cámara porque esta es parte de la situación. Puede advertirse la preocupación en el tratamiento plástico de sus imágenes, y en cómo van a ser consumidas. Y esto se ve en la estructura y ritmo que adquiere la lectura de los textos que interactúan con las instantáneas. Estos escuetos escritos son testimonios tratados en forma de imagen que enriquecen el cuerpo del trabajo, dándole una compacidad que los elementos por separado no hubiesen podido alcanzar.

El resultado me imbuye en la sensación constante de que el futuro es oscuro e incierto, de que avanzo por una senda dando palos de ciego, y cayendo a menudo en la tentación de regodearme en los “y si...”, porque suponen una especie de ruptura, un instante goce mental en el que terminas vagando por realidades paralelas que construyes proyectando tanto tus deseos como tus miedos, viéndote en situaciones idílicas que crees envidiar o historias distópicas que agradeces haber salvado, para complacerte con lo bueno de tu situación. A pesar de que Gómez Selva reniegue de ello, se dibuja un discurso generacional en el tratamiento de los elementos de identidad grupal en el que quedan implícitas trazas de su presencia, cristalizándose en huellas que exceden de toda intimidad para terminar sumergiéndose en sus propios desvelos.

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