Glorificar lo banal y otros silencios
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Texto por Amber Kay
Publicado en Panorama, CENDEAC, Murcia, Junio, 2018
Fue en 1952 cuando John Cage introdujo al mundo al silencio de su 4’ 33’’. Durante esos cuatro minutos y medio, el compositor nos invita a descubrir y otorgar valor a aquellos sonidos que nos acompañan y rodean a diario y que pasamos por alto, atrapados en la vorágine de nuestras complejas vidas. Más allá de una composición musical, esta obra es toda una declaración de intenciones y parte de una crítica social de la industria del espectáculo que condujo a la creación y apreciación artística por un camino de mercantilización irreversible. Más de medio siglo más tarde, la sobresaturación de elementos visuales y sonoros de nuestro entorno, así como el excesivo bombardeo informativo al que estamos sometidos a diario nos conduce a estar, contradictoriamente, más desconectados que nunca.
Es a partir de nuestra más inmediata realidad, condicionada enormemente por la excesiva presencia digital que sobrepasa en ocasiones nuestra presencia en la realidad física, donde Gómez Selva estudia el concepto de “ausencia” y desglosa los desvelos existenciales de toda una generación. Me permitiré, sin embargo, destacar en su obra el descubrimiento de todo lo contrario. Al igual que en el 4’ 33’’ de J. Cage, la ausencia aquí sirve como agente revelador de aquello que siempre ha estado presente pero aparentemente oculto o velado. Mediante los códigos del documentalismo contemporáneo y un humanismo directo, redirige nuestra atención y nos confronta con valores y realidades no más cautivantes que desagradables.
El papel de la imagen fotográfica en la obra de este autor quizás diste de complacer la mirada de un espectador sensible, así como reniega de capturar ningún tipo de belleza en el sentido más sempiterno de la palabra. Es aquí donde el arte va más allá de una representación de la sociedad que lo rodea, y se convierte en una apuesta por devolverle aquello que le falta. Donde en los tiempos de John Ruskin y los prerrafaelitas, la impulsiva belleza de sus pinturas hacía frente a la masificación de estructuras metálicas y de cemento que plagaban el paisaje británico, la obra de Gómez Selva, nada más lejos de una glorificación de la banalidad, es una invitación a devolver la mirada reflexiva a nuestros contextos más directos a través de un viaje entre lo ajeno y lo universal.
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Publicado en Panorama, CENDEAC, Murcia, Junio, 2018
Fue en 1952 cuando John Cage introdujo al mundo al silencio de su 4’ 33’’. Durante esos cuatro minutos y medio, el compositor nos invita a descubrir y otorgar valor a aquellos sonidos que nos acompañan y rodean a diario y que pasamos por alto, atrapados en la vorágine de nuestras complejas vidas. Más allá de una composición musical, esta obra es toda una declaración de intenciones y parte de una crítica social de la industria del espectáculo que condujo a la creación y apreciación artística por un camino de mercantilización irreversible. Más de medio siglo más tarde, la sobresaturación de elementos visuales y sonoros de nuestro entorno, así como el excesivo bombardeo informativo al que estamos sometidos a diario nos conduce a estar, contradictoriamente, más desconectados que nunca.
Es a partir de nuestra más inmediata realidad, condicionada enormemente por la excesiva presencia digital que sobrepasa en ocasiones nuestra presencia en la realidad física, donde Gómez Selva estudia el concepto de “ausencia” y desglosa los desvelos existenciales de toda una generación. Me permitiré, sin embargo, destacar en su obra el descubrimiento de todo lo contrario. Al igual que en el 4’ 33’’ de J. Cage, la ausencia aquí sirve como agente revelador de aquello que siempre ha estado presente pero aparentemente oculto o velado. Mediante los códigos del documentalismo contemporáneo y un humanismo directo, redirige nuestra atención y nos confronta con valores y realidades no más cautivantes que desagradables.
El papel de la imagen fotográfica en la obra de este autor quizás diste de complacer la mirada de un espectador sensible, así como reniega de capturar ningún tipo de belleza en el sentido más sempiterno de la palabra. Es aquí donde el arte va más allá de una representación de la sociedad que lo rodea, y se convierte en una apuesta por devolverle aquello que le falta. Donde en los tiempos de John Ruskin y los prerrafaelitas, la impulsiva belleza de sus pinturas hacía frente a la masificación de estructuras metálicas y de cemento que plagaban el paisaje británico, la obra de Gómez Selva, nada más lejos de una glorificación de la banalidad, es una invitación a devolver la mirada reflexiva a nuestros contextos más directos a través de un viaje entre lo ajeno y lo universal.
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